Aunque la había escrito en la
década de los 40, Cela no pudo publicar "La colmena" en España hasta
el año 1955 (la
publicó primero en Argentina, en 1951), porque la censura de la
época no toleraba las abundantes alusiones al sexo y al ambiente homosexual y
carcelario (y eso que el autor era un protegido de un poderoso político
franquista).
La estructura externa de la novela está
compuesta de seis capítulos y un epílogo. Cada capítulo consta de un
número variable de secuencias de corta extensión, que desarrollan episodios que
están mezclados con otros que ocurren simultáneamente. De esta manera el argumento se
rompe en multitud de pequeñas anécdotas. Lo importante es la suma de las
mismas, que conforma un conjunto de vidas cruzadas, como las celdas de
una colmena (de ahí el título de la novela).
El marco espacio-temporal es
muy preciso: Madrid en
unos pocos días (en concreto, dos y medio) de 1943, en
plena posguerra. Los personajes que se entrecruzan, sin embargo, son unos
trescientos (es una novela coral, de protagonista múltiple). De entre ellos,
apenas encontraremos representantes de las clases más acomodadas, y del mismo
modo no tienen relevancia los pertenecientes a la clase obrera o a los sectores
marginados. Lo que predomina es la clase media baja, la pequeña burguesía
venida a menos, es decir, gentes en situación inestable, que tienen un futuro
incierto y han de vivir a salto de mata. Son personajes dibujados tímidamente
que comparten como rasgo esencial su frustración. De su testimonio resulta la
patética situación de una ciudad miserable, sombría y siniestra aún no
recuperada del trauma de la guerra, que pasa hambre, que ha perdido el ideal y
los horizontes.
El personaje más seguido,
Martín Marco, aparece en el anonimato en el café de doña Rosa. No tiene para
pagar. El camarero lo echa, pero aún el lector no conoce su nombre. El capítulo
siguiente recoge a Martín en el momento en que era expulsado y, en epígrafes
salteados y no numerados, lo pasea por la ciudad. Sabemos que ha salido de
algún lugar de la calle de Fuencarral a la glorieta de Bilbao y que va
<<camino de Santa Bárbara>>. El destino es la casa de su hermana
Filo al final de la calle de Ibiza. También de aquel lugar es rechazado porque
el cuñado, don Roberto, no lo acepta. Aún no sabemos bien las razones. En el
bar de Celestino pide más tarde un café, pero debe ya 22 pesetas. No se lo
ponen. Es el tercer refugio imposible.
La voluntad de reflejar con
exactitud la realidad no supone la absoluta neutralidad del autor, que
interviene de dos formas contradictorias. En la mayoría de los casos utiliza la
técnica objetivista, es decir, se limita a mostrar, a describir desde fuera,
sin penetrar en el interior de los personajes. Otras veces, sin embargo, adopta
una actitud omnisciente y comenta irónicamente las actitudes de los personajes.
FRAGMENTOS
DE "LA COLMENA"
En el siguiente fragmento se pone de
manifiesto la intención de denuncia social del autor que caracteriza a los
novelistas de los años cincuenta. El protagonista, a propósito del lujo que
observa en una tienda de sanitarios, reflexiona sobre la desigualdad social y
sobre la necesidad de reformas para que todos vivan mejor. La actitud del
narrador es de aparente objetividad porque va describiendo y narrando en
presente lo que le sucede al personaje; sin embargo, observamos que adopta una
actitud omnisciente pues es capaz de penetrar en su mundo interior y reproducir
sus pensamientos.
Martín Marco se para ante los escaparates de una
tienda de lavabos que hay en la calle de Sagasta. La tienda luce como una
joyería o como la peluquería de un gran hotel, y los lavabos parecen lavabos
del otro mundo, lavabos del Paraíso, con sus grifos relucientes, sus lozas
tersas y sus nítidos, purísimos espejos. Hay lavabos blancos, lavabos, de todos
los colores. ¡También es ocurrencia! Hay baños que lucen hermosos como pulseras
de brillantes, bidets con un cuadro de mandos como el de un automóvil, lujosos
retretes de dos tapas y de ventrudas, elegantes cisternas bajas donde
seguramente se puede apoyar el codo, se pueden incluso colocar algunos libros
bien seleccionados, encuadernados con belleza: Hólderlin, Keats, Valéry, para,
los casos en que el estreñimiento precisa de compañía; Rubén, Mallarmé, sobre
todo Mallarmé para las descomposiciones de vientre. ¡Qué porquería!
Martín Marco sonríe, como perdonándose, y se aparta
del escaparate.
La vida piensa es todo. Con lo que unos se
gastan para hacer sus necesidades a gusto, otros tendríamos para comer un año.
¡Está bueno! Las guerras deberían hacerse para que haya menos gentes que hagan
sus necesidades a gusto y pueda comer el resto un poco mejor. Lo malo es que,
cualquiera sabe por qué, los intelectuales seguimos comiendo mal y haciendo
nuestras cosas en los Cafés. ¡Vaya por Dios!
A Martín Marco le preocupa el problema social. No
tiene ideas muy claras sobre nada, pero le preocupa el problema social.
Eso de que haya pobres y ricos, dice a veces,
está mal; es mejor que seamos todos iguales, ni muy pobres ni muy ricos, todos
un término medio. A la Humanidad hay que reformarla. Debería nombrarse una
comisión de sabios que se encargase de modificar la Humanidad. Al principio se
ocuparían de pequeñas cosas, enseñar el sistema métrico decimal a la gente, por
ejemplo, y después cuando se fuesen calentando, empezarían con las cosas más
importantes y podrían hasta ordenar que se tirara abajo las ciudades para
hacerlas otra vez, todas iguales, con las calles bien rectas y calefacción en
todas las casas. Resultaría un poco caro, pero en los Bancos tiene que haber
cuartos de sobra.
Una bocanada de frío cae por la calle de Manuel
Silvela y a Martín le asalta la duda de que va pensando tonterías.
- ¡Caray con los lavabitos!
Al cruzar la calzada un ciclista lo tiene que
apartar de un empujón.
- ¡Pasmado, que parece que estás en libertad
vigilada!
A Martín le subió la sangre a la cabeza.
- ¡Oiga, oiga!
El ciclista volvió la cabeza y le dijo adiós con la
mano.
Aquí tenéis un comentario completo de este fragmento:
La acción de la novela se inicia en el café de doña Rosa, y ese café actuará como epicentro
del que parten los mil hilos de las mil historias que componen "La colmena". En el siguiente fragmento
se describe a doña Rosa de esta caricaturesca manera (observamos de nuevo en
este fragmento cómo el narrador, que parece objetivo, de pronto se involucra en
la historia e incluso emplea la primera persona):
Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los
clientes con su enorme trasero. Doña Rosa dice con frecuencia leñe y nos ha
merengao. Para doña Rosa, el mundo es su café, y alrededor de su café, todo lo
demás. Hay quien dice que a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la
primavera y las muchachas empiezan a andar de manga corta. Yo creo que todo eso
son habladurías: doña Rosa no hubiera soltado jamás un buen amadeo de plata por
nada de este mundo. Ni con primavera ni sin ella. A doña Rosa lo que le gusta
es arrastrar sus arrobas, sin más ni más, por entre las mesas. Fuma tabaco de
noventa, cuando está a solas, y bebe ojén, buenas copas de ojén, desde que se
levanta hasta que se acuesta. Después tose y sonríe. Cuando está de buenas, se
sienta en la cocina, en una banqueta baja, y lee novelas y folletines, cuanto
más sangrientos, mejor: todo alimenta. Entonces le gasta bromas a la gente y
les cuenta el crimen de la calle de Bordadores o el del expreso de Andalucía.
Podéis leer un comentario de este texto de este fragmento en el siguiente enlace: