miércoles, 30 de mayo de 2018

Novela del realismo social de la década de los 50: textos de "La colmena"


Aunque la había escrito en la década de los 40, Cela no pudo publicar "La colmena" en España hasta el año 1955 (la publicó primero en Argentina, en 1951), porque la censura de la época no toleraba las abundantes alusiones al sexo y al ambiente homosexual y carcelario (y eso que el autor era un protegido de un poderoso político franquista).

La estructura externa de la novela está compuesta de seis capítulos y un epílogo. Cada capítulo consta de un número variable de secuencias de corta extensión, que desarrollan episodios que están mezclados con otros que ocurren simultáneamente. De esta manera el argumento se rompe en multitud de pequeñas anécdotas. Lo importante es la suma de las mismas, que conforma un conjunto de vidas cruzadas, como las celdas de una colmena (de ahí el título de la novela).

El marco espacio-temporal es muy preciso: Madrid en unos pocos días (en concreto, dos y medio) de 1943, en plena posguerra. Los personajes que se entrecruzan, sin embargo, son unos trescientos (es una novela coral, de protagonista múltiple). De entre ellos, apenas encontraremos representantes de las clases más acomodadas, y del mismo modo no tienen relevancia los pertenecientes a la clase obrera o a los sectores marginados. Lo que predomina es la clase media baja, la pequeña burguesía venida a menos, es decir, gentes en situación inestable, que tienen un futuro incierto y han de vivir a salto de mata. Son personajes dibujados tímidamente que comparten como rasgo esencial su frustración. De su testimonio resulta la patética situación de una ciudad miserable, sombría y siniestra aún no recuperada del trauma de la guerra, que pasa hambre, que ha perdido el ideal y los horizontes.

El personaje más seguido, Martín Marco, aparece en el anonimato en el café de doña Rosa. No tiene para pagar. El camarero lo echa, pero aún el lector no conoce su nombre. El capítulo siguiente recoge a Martín en el momento en que era expulsado y, en epígrafes salteados y no numerados, lo pasea por la ciudad. Sabemos que ha salido de algún lugar de la calle de Fuencarral a la glorieta de Bilbao y que va <<camino de Santa Bárbara>>. El destino es la casa de su hermana Filo al final de la calle de Ibiza. También de aquel lugar es rechazado porque el cuñado, don Roberto, no lo acepta. Aún no sabemos bien las razones. En el bar de Celestino pide más tarde un café, pero debe ya 22 pesetas. No se lo ponen. Es el tercer refugio imposible.

La voluntad de reflejar con exactitud la realidad no supone la absoluta neutralidad del autor, que interviene de dos formas contradictorias. En la mayoría de los casos utiliza la técnica objetivista, es decir, se limita a mostrar, a describir desde fuera, sin penetrar en el interior de los personajes. Otras veces, sin embargo, adopta una actitud omnisciente y comenta irónicamente las actitudes de los personajes.


FRAGMENTOS DE "LA COLMENA"

En el siguiente fragmento se pone de manifiesto la intención de denuncia social del autor que caracteriza a los novelistas de los años cincuenta. El protagonista, a propósito del lujo que observa en una tienda de sanitarios, reflexiona sobre la desigualdad social y sobre la necesidad de reformas para que todos vivan mejor. La actitud del narrador es de aparente objetividad porque va describiendo y narrando en presente lo que le sucede al personaje; sin embargo, observamos que adopta una actitud omnisciente pues es capaz de penetrar en su mundo interior y reproducir sus pensamientos.

Martín Marco se para ante los escaparates de una tienda de lavabos que hay en la calle de Sagasta. La tienda luce como una joyería o como la peluquería de un gran hotel, y los lavabos parecen lavabos del otro mundo, lavabos del Paraíso, con sus grifos relucientes, sus lozas tersas y sus nítidos, purísimos espejos. Hay lavabos blancos, lavabos, de todos los colores. ¡También es ocurrencia! Hay baños que lucen hermosos como pulseras de brillantes, bidets con un cuadro de mandos como el de un automóvil, lujosos retretes de dos tapas y de ventrudas, elegantes cisternas bajas donde seguramente se puede apoyar el codo, se pueden incluso colocar algunos libros bien seleccionados, encuadernados con belleza: Hólderlin, Keats, Valéry, para, los casos en que el estreñimiento precisa de compañía; Rubén, Mallarmé, sobre todo Mallarmé para las descomposiciones de vientre. ¡Qué porquería!

Martín Marco sonríe, como perdonándose, y se aparta del escaparate.

La vida piensa es todo. Con lo que unos se gastan para hacer sus necesidades a gusto, otros tendríamos para comer un año. ¡Está bueno! Las guerras deberían hacerse para que haya menos gentes que hagan sus necesidades a gusto y pueda comer el resto un poco mejor. Lo malo es que, cualquiera sabe por qué, los intelectuales seguimos comiendo mal y haciendo nuestras cosas en los Cafés. ¡Vaya por Dios!

A Martín Marco le preocupa el problema social. No tiene ideas muy claras sobre nada, pero le preocupa el problema social.

Eso de que haya pobres y ricos, dice a veces, está mal; es mejor que seamos todos iguales, ni muy pobres ni muy ricos, todos un término medio. A la Humanidad hay que reformarla. Debería nombrarse una comisión de sabios que se encargase de modificar la Humanidad. Al principio se ocuparían de pequeñas cosas, enseñar el sistema métrico decimal a la gente, por ejemplo, y después cuando se fuesen calentando, empezarían con las cosas más importantes y podrían hasta ordenar que se tirara abajo las ciudades para hacerlas otra vez, todas iguales, con las calles bien rectas y calefacción en todas las casas. Resultaría un poco caro, pero en los Bancos tiene que haber cuartos de sobra.

Una bocanada de frío cae por la calle de Manuel Silvela y a Martín le asalta la duda de que va pensando tonterías.

 - ¡Caray con los lavabitos!

Al cruzar la calzada un ciclista lo tiene que apartar de un empujón.

- ¡Pasmado, que parece que estás en libertad vigilada!

A Martín le subió la sangre a la cabeza.

 - ¡Oiga, oiga!

El ciclista volvió la cabeza y le dijo adiós con la mano.

Aquí tenéis un comentario completo de este fragmento:




La acción de la novela se inicia en el café de doña Rosa, y ese café actuará como epicentro del que parten los mil hilos de las mil historias que componen "La colmena". En el siguiente fragmento se describe a doña Rosa de esta caricaturesca manera (observamos de nuevo en este fragmento cómo el narrador, que parece objetivo, de pronto se involucra en la historia e incluso emplea la primera persona):

Doña Rosa va y viene por entre las mesas del café, tropezando a los clientes con su enorme trasero. Doña Rosa dice con frecuencia leñe y nos ha merengao. Para doña Rosa, el mundo es su café, y alrededor de su café, todo lo demás. Hay quien dice que a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la primavera y las muchachas empiezan a andar de manga corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa no hubiera soltado jamás un buen amadeo de plata por nada de este mundo. Ni con primavera ni sin ella. A doña Rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas, sin más ni más, por entre las mesas. Fuma tabaco de noventa, cuando está a solas, y bebe ojén, buenas copas de ojén, desde que se levanta hasta que se acuesta. Después tose y sonríe. Cuando está de buenas, se sienta en la cocina, en una banqueta baja, y lee novelas y folletines, cuanto más sangrientos, mejor: todo alimenta. Entonces le gasta bromas a la gente y les cuenta el crimen de la calle de Bordadores o el del expreso de Andalucía.
Podéis leer un comentario de este texto de este fragmento en el siguiente enlace:





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